viernes, 4 de enero de 2013

Un paso más cerca de la felicidad

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La paradoja de nuestras vidas es que aparentemente vivimos en un mundo de apariencias. Nadie muestra su verdadero yo, o tal vez, muchos ni saben como es esa ''personita'' que llevan dentro y que en ocasiones hace acto de presencia. Es tan fuerte el deseo de poder integrarse dentro de un grupo social, o por el contrario, dar a entender que uno es totalmente diferente, que una persona es capaz de destruirse a sí mismo, encerrándose en una jaula y olvidando por completo que la auténtica felicidad es saborear cada momento de uno y no de un disfraz.

Un claro ejemplo, vayamos a una ciudad cosmopolita muy transitada y con diferentes tipos de personas, ¿que ocurriría? Pues básicamente, que un camaleón llamaría más la atención debido a que, la conglomeración de tanta gente vestida de distinta manera, acompañada de amigos, o familia, o pareja, o  mascota o ''un cactus'', a este último entendámoslo como un diferente etcétera porque sería muy extraño a la par que extravagante, encontrarte a alguien paseando a un cactus.

Ahora bien, ¿por qué la gente tiende a encarcelar su propio ser? La respuesta se entona desde distintos ángulos pero todas se acercan o son lo mismo, cultura, sociedad, filosofía de vida... El motivo creo que está claro, pero la ironía resulta expectante porque cuando uno es pequeño le enseñan a no mentir, a decir siempre la verdad, pero según vamos creciendo la falsedad bien cogida de la mano del buen comportamiento.

Muchos se preguntarán la naturaleza de que aborde este tema, pues verán, es este época tan navideña, bonita, de ilusión... que uno tiene una montaña de actos sociales, a los cuales debe ir con su mejores galas, limpio hasta la suela de los zapatos, donde llegas a una sala llena de personas, y ahí están ''esos'', (personas dentro de un grupo social a los que no aguantas) los indeseables a los que sonríes y les preguntas que tal su vida, cuando en el fondo lo que quieres decir es ''aparta tu cara de aquí gilipollas'' y seguramente, eso aliviaría nuestro yo interno y nos haría un poco más felices.

Ello significa, que en la mayoría de las ocasiones somos nosotros mismos los jueces y verdugos de nuestra infelicidad por ser un serie de estereotipos y conductas, pero esto no quiere decir que haya que confundir libertad con libertinaje. En cierto modo hay que ser más abiertos y lanzados, más auténticos, pero siempre habrá un límites debido a que el ser humano vive en una civilización, y como dos hermanos que habitan en un mismo espacio o habitación, también hay que ceder para coexistir.

El verdadero fin de este conjunto de ideas no es que si llamáramos ''gilipollas'' a la mitad de la población, seríamos verdaderamente felices. Sino que alguien en un pasado lejano dictó las normas sociales, las cuales no hay que seguir al pie de la letra y se pueden cambiar, las cuales si fueran menos estrictas harían que nuestro yo interno sonriese un poco más, de vez en cuando, y sino... siempre nos quedará el ''gilipollas''.

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